Memoria del Sueño

Cosas que decir y no se puden pronunciar (Carlos Jesús Márquez)

7/02/08

Acróstico I

Con la mirada imprecisa y su arrastrar al caminar, él se dirige todos los días al mismo lugar. La neblina en la mañana, triste y silenciosa, hacia su destino lo acompaña, charlando sobre aquella rosa.
Muy puntual ha llegado. Las puertas cerradas y, muy cerca, en el piso se ha sentado. Saca un libro y se pone a leer. Pasan los minutos y segundos, las puertas se abren e ingresa a nuestro meditabundo.
Se sienta y mira a través de la ventana, ve a su rosa -una chica alegre y losana-, quien dando largos pasos, llega presurosa. Entonces, sólo hay que aguardar que el tiempo pase para que con ella pueda encontrarse.
Cuntas veces ha negado aquellos que sentía, disimulando las penas que vivía, tratando de hacer creer a los demás lo que él no podia explicar y, en realidad, no supo hacerlo jamás.
Los caminos a sus casas se cruzaban, el sino los entrelazaba. No le importaba esperarla durante las tardes o en la noche fría, esperando en un lado oscuro mientras ella resplandecía.
Ambos disfrutaban la compañía del otro y su forma de ser. Pero, ¿qué se puede hacer cuando se quiere ir más de la amistad? Es una respuesta que, personalmente, no podría contestar. Él también desconocía la respuesta, pasaba el tiempo pensando en la decisón menos funesta.
El siempre fue su amigo y ella, su amiga. Y así quedaron las cosas hasta hoy. No hay condena que lo castiga, pues un buen día hizo conocer sus sentimientos, y por ello no hay razones para que surjan arrepentimientos.
Sus pasos cansados, fieles acompañantes, son testigos que su historia no tiene aún un fin, ¿no es así, mi estimado amigo, Arlequín?