Memoria del Sueño

Cosas que decir y no se puden pronunciar (Carlos Jesús Márquez)

15/12/07

Relato carmesí

Han pasado mas de cuatro meses de aquel encuentro. Muchos veces ha maldecido aquella casualidad, aquel juego del destino, aquel momento de su, hasta ahora, efímera vida. Nunca antes la había visto, no sabía de su existencia, pero ella, quien sabe, lo desconocía a él también. Desde ese instante, ella iluminó su vida, lo condujo a un sentimiento al que había renunciado, un deseo de vivir intensamente los días, a volver a escribir en las noches versos y rimas.
Ella fue el motor de aquella relación; él, un simple co-protagonista de esta historia inconclusa. Ella alimentaba el lazo que los unía, lo fortalecía con sus secretos, problemas y alegrías; él solo deseaba estar con ella. Y fue de esa manera como se fue formando en él un sentimiento fácil de reconocer, aquel sentimiento que carcome los corazones de los hombres y los devora lentamente. Es tan lento, pero, a la vez, imperceptible que se confunde - si es que existieran- con el más absoluto bienestar posible o con el estado de ánimo supremo. Hasta ese nivel había llegado aquel tipo.
Su sonrisa generaba en él la dicha que siempre anheló; su mirada, el futuro al que aspiraba. Lo que él quería era evidente, tan claro como como el cielo despejado del día en que se conocieron. La angustia lo ahorcaba lentamente, poco a poco se iba quedando sin aire, tenía que decírselo y liberarse de la cuerda que lo mataba. Llegó el día esperado, era perfecto: los árboles dejaban caer sus hojas de una lado a otro; el cielo estaba gris pero alegre; el viento susurraba a su oído las palabras que debía decir; y desde su corazón fluía la sangre que había de ser derramada.
Pese a tener todo listo, aún no se decidía a ejecutar su propósito. La suerte jugaría otra vez una partida en su vida, él cogió una moneda, la lanzó al aire, fue hacia ella, le dijo las palabras que le recomendó el viento, ella lo miró por última vez y luego el relámpago blanco, que salió del bolsillo del sujeto, fue a dar al fino vientre de ella. Su polo rosa se tiño de de un vino borgoña escarlata. Ella cayó en sus brazos, él la abrazó y le dio un beso en la frente. De inmediato, cogió el puñal y dejó surcos de sangre en sus muñecas. Ambos murieron aquel día. Él murió para siempre, pero ella vive aún en mi memoria porque yo si la quería.